viernes, enero 26, 2007

Último despertar

...Allí… allí estaban los bermudas raídos y la camiseta desteñida, allí la perilla y el cabello despeinado, allí los ojos azules del color del cielo en su azul más vivo y radiante.

Allí, con los pies descalzos bañados por alguna que otra ola caprichosa, con unas chanclas marrón oscuro en la mano, contemplando su ventana con la mirada empañada de emociones.

El viento se colaba por las mangas cortas de su camiseta haciéndola ondear, y paseaba entre sus cabellos, pero él se mantenía inmóvil, mirando a una chica que le había dicho algo con la mirada la tarde anterior, y a la que quiso contestar con un –no sabe qué- perdido entre su espalda y su pelo negro. Transcurrieron dos segundos, puede que tres, hasta que ella reanudó su camino sin volver de nuevo la vista atrás, dirigiéndose, supuso, hacia un remoto lugar y una vida distante y sin punto común con la suya.

Había hecho el amor con ella durante la noche, había soñado despertarla con un “Te amo” mimado en la espalda, y ahora estaba allí, frente a su ventana, frente a su destino.

Ella sentía que las lágrimas volvían a humedecerle los carrillos.

Vaciló un instante antes de creer lo que el mar le regalaba en respuesta a todas sus angustias, y volvió a sonreír…

¡Ya bastaba de incertidumbres y dudas!, había perdido cualquier temor. Lo dejaría todo, nada entonces le importaba.

Aquella mañana, al fin, decidiría seguir su camino, daría ese ansiado paseo por la playa.

Lo daría, sí, y lo haría con él.




miércoles, enero 10, 2007

Despertar VI

...Retrocedió, dando pasos cortos y lentos, como quien no quiere hacer ruido, y casi de forma inconsciente se aproximó a la ventana, asegurándose de gozar al máximo del sonido y el cosquilleo del viento en su pelo, y de la calidez de los primeros rayos que el Sol proyectaba generoso.

Con los ojos aún cerrados apoyó la cabeza en el marco de la ventana; escuchaba el susurro de las olas en la playa, se afanó en la tarea de averiguar qué era aquello que cuchicheaban entre ellas, sonaba tan bello…

Necesitaba ver el azul del Mediterráneo, nunca se había detenido tanto como aquel amanecer para contemplar a su fiel compañero de melancolías y pesares, a su leal confesor. Se sintió agradecida por un instante y abrió los ojos con ternura, mientras una sonrisa se perfilaba tenue en sus labios… En aquel momento se percató de veras de cuán espléndida podía llegar a ser la grandiosidad del mar...


sábado, enero 06, 2007

Despertar V

...Probablemente él ni siquiera advirtiera su presencia; con todo, ella se había sentido acongojada frente a aquel muchacho, como la hormiga que contempla la suela de un zapato que está a punto de aplastarla. No sabría describir lo que recorrió su cuerpo y su alma en aquellos dos (puede que tres) segundos de intensidad infinita.

Por ello procuró guardar y recordar sus ojos zarcos, su pelo castaño despeinado por el soplo del aire, su barba de tres días o cuatro, sus bermudas deshilachados, su camiseta desteñida. Y esa imagen había sido su particular ilusión, su compañía durante toda la noche, hasta que el jodido despertador se encargó de recordarle que la rutina la esperaba; que vería de nuevo a Ana relatándole sus “problemas”, que fingiría reír con Arturo, que pondría buena cara al imbécil de su jefe, que tendría que llamar a papá y a mamá para preguntar interesada cómo seguían, aunque las respuestas fueran siempre las mismas y estuvieran acompañadas de decenas de censuras y reprensiones.

Lloraba afligida y le gritaba con rabia al silencio, al vacío circundante en el que subyacía su impotencia; se encontraba sola y desorientada. La idea del suicidio renacía de los vestigios de la vez anterior; ¿sería una crisis? No, no podría soportarlo.

Se tornó boca arriba, se apartó el pelo de la cara, enjugó sus lágrimas en pañuelo de nadie, tomó aire y, desganada y vencida, cansada de todo, de todos y de ella misma, se levantó para encaminarse, como cualquier otro día y cualquier otra persona, al cuarto de aseo contiguo a su dormitorio.

Después de todo era demasiado cobarde para matarse y olvidar.

Cogió su blanca bata -desconfiaba de que fuera de auténtica seda- y se la colocó por encima de los hombros. Aún sollozaba de vez en cuando. Se acercó al baño, abrió la puerta que chirriaba con asiduidad, pulsó el interruptor de la luz, y se detuvo un ínfimo momento antes de cruzar esa frontera iluminada ahora por una eléctrica tonalidad marfil.

La brisa había vuelto a despertar y agitaba con gracia las cortinas, que descansaban a ratos sobre las arrugadas sábanas de algodón.

Ese paseo tan anhelado aún daba vueltas en su mente.

Sabía que no pasearía, le faltaban el valor y la firmeza para ello, tan solo se daría unos minutos más para volar y evadirse al tiempo que el aire temprano...